miércoles, 4 de noviembre de 2009

LA DIOSA, de Clará

En la historia de la escultura figurativa o la estatuaria existen dos tipos de escultores:

los de formas introvertidas

y los de formas extrovertidas.

Los introvertidos plasman en sus obras una escultura de introversión e introspección, es decir, las figuras penetran dentro de sí mismas y observan interiormente el propio acto, su estado de ánimo o de conciencia; los extrovertidos, por el contrario, plasman figuras de extroversión o extravertidas, es decir, sus estados de ánimo salen fuera de sí hacia el exterior por medio de los sentidos, sacan sus estados de ánimo fuera de ellos y los muestran al contemplador o al espectador para que veamos lo que sienten. A mí siempre me han conmovido más los escultores de introversión que guardan dentro de sí mismos su propio estado de ánimo, de conciencia de trascendencia interna. No obstante, hay algunos escultores -como Miguel Ángel, Bernini o Rodin, que no son puramente extrovertidos o introvertidos en su arte sino que alternan en sus obras las figuras de introspección o introvertidas y las de extroversión o extravertidas. En Miguel Ángel, por ejemplo, la introspección de la figura del David, frente a la extraversión del Moisés; en Bernini, la introspección de El éxtasis de Santa Teresa frente a la extraversión de El rapto de Proserpina, y, en Rodin, en fin, sería la introspección de El monumento a Balzac frente a la extraversión de Los burgueses de Calais.

La Diosa de Clará es la exaltación apasionadamente sensual de la forma introvertida. Toda ella está como recogida en un arrobamiento de belleza, en una suerte de divinidad. Habla de los cánones clásicos con palabras nuevas y criterios inéditos. El mundo antiguo se adivina latente en esa gracia dulce de la actitud, en esa línea fácil y clara que insinúa y recobra las masas. En el rostro purísimo hay como el ensimismamiento de evocaciones remotas y felices; en la calma íntima, voluptuosa, con que los miembros se unen sin la menor violencia anatómica, con la sencillez feliz de los versos de una estrofa perfecta, aguarda una futura libertad de movimiento. En el torso, fuerte y delicado a un tiempo mismo, con la pomposa sensualidad de los senos capaces de amamantar semidioses y héroes, se siente circular la vida.

Es en esa androginia según contemplamos la escultura, fuerte y robustamente masculina, casi miguelangelesca o berniniana, al tiempo que dulcemente tierna y delicadamente femenina donde reside el secreto de su maestría y eternidad que la convierten en una obra maestra de la historia de la escultura.

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